Lo que nos preocupa, lo que nos alegra, los pendientes, las buenas noticias que esperamos, las mecánicas del último juego que jugaste antes de dormir, la película que viste en la cena, lo que salió mal en el trabajo y te persigue, un recuerdo que habías bloqueado, una persona en la que ya no pensabas, lo que queremos resolver y no podemos. Todo se puede convertir en un sueño. En forma desordenada, enorme, incontrolable.
Lihue, el título desarrollado por el argentino Nehual Pascale, es un fragmento de ese caos onírico. La propuesta es recorrer los sueños de una mujer trans y palpar, en primera persona, las sensaciones, los desafíos, los miedos y las expectativas que plantea ese recorrido en especial.
El primer capítulo, de los tres que presenta la historia, se llama Home. ¿Estamos despiertos? ¿Es real o una representación imaginaria? La impresión inicial se parece mucho a la que vivimos cuando entramos en el terreno ilusorio cada vez que dormimos. El primer impacto ante una situación que parece normal, la espera de un elemento que rompa la quietud y nos diga: sí, estás soñando.
Alrededor nuestro todo es inmenso. Todo el mobiliario de esa casa en la que nos encontramos es agotador, invasivo. Y ahí el click: “Esto no es real. ¿Cómo llegué acá?” ¿Les pasa de soñar y percibir claramente en un momento lo que está pasando? No te podés despertar, pero tampoco podés escapar de la narrativa que tu propia cabeza está creando. Tenés que seguir en ese desorden que no sabes a dónde te va a llevar. Así se siente jugar a Lihue. Una representación de un sueño que se extendió toda la noche o de muchos sueños enlazados, en los que sentís que tenés el control pero en realidad solo sos un espectador.
El primer paso es entender las mecánicas a través de ejercicios simples que te indican qué hay que hacer. Ahí volvemos al juego. Porque claro, estamos jugando. No estamos dormidos. En este sentido la propuesta es simple porque el foco es narrativo. Una vez resueltas las cuestiones básicas de la jugabilidad, el contexto nos vuelve a arrancar de nuestro lugar y nos recuerda lo importante: estamos en un sueño ajeno. Las paredes se llenan de mensajes, confesiones, un registro que nos ubica en situación.
Uno camina con sigilo. Porque hay enemigos. Pero también porque uno realmente siente que está invadiendo un espacio privado. Los mensajes que van apareciendo alrededor son personales, son íntimos, son vivencias muy puntuales que grafican, para quien «lo ve de afuera», cómo es ese proceso en el que una persona define su identidad y la define también para su entorno, el cual no siempre decide acompañar.
¿Quiénes son los enemigos? Los miedos, las personas que bloquean los deseos, uno mismo. Por lo menos para mí, no está claro. Probablemente no tenga que estar claro, porque aunque ficcional, Lihue es (por sobre todas las cosas) muy realista. Es paradójico decir eso de un juego que te plantea un escenario un poco desordenado, lleno de elementos que no tienen sentido desde un punto de vista lógico-racional. No hay un antagonista simple porque en la vida tampoco los hay. Hay situaciones complejas que nos obligan constantemente a escaparle al extremo de moda.
Dreams es el segundo capítulo. Mientras que el primer escenario estaba decorado por formas más simples, estructuras más duras, acá la combinación de elementos es más pronunciada. No terminamos de entender si estamos caminando por los restos de una edificación abandonada o si en realidad es un mundo más natural. Vegetación, piedras y fragmentos de construcciones están combinados.
Mientras seguimos observando la historia que Lihue nos quiere contar, resolvemos algunas pruebas y nos tratamos de mantener alejados de esos enemigos que se manifiestan como una luz roja que de repente nos alcanza. Interactuar con estos antagonistas se expresa como un grito. La primera vez es como despertarse de forma brusca de un sueño. Sabemos que están ahí, sabemos que tenemos que evitarlos, pero no sabemos cómo van a impactar en nosotros.
¿Qué pasa cuando el sueño no está solo lleno de elementos fantasiosos o terroríficos? ¿Qué pasa cuando los sueños son una manifestación avasallante de las pequeñas angustias o desafíos que nos encontramos durante el día disimulados elementos fuera de lugar en la escena que nos rodea? ¿Y si es una repetición de lo que no podemos resolver? ¿Y si los elementos «terroríficos» no están en el sueño, sino que nos esperan cuando nos despertamos?
El escenario es onírico pero la sensación con la que se transita ese universo es que lo que realmente da miedo está en otro lado, en el plano de las personas despiertas. Las situaciones dolorosas o los desafíos que una persona trans tiene que atravesar no son una fantasía. Son una manifestación muy poderosa de la realidad todavía desigual. El caos que contiene las expectativas, los miedos y los deseos es menos cruel que la normalidad de lo que para muchos sigue siendo el “deber ser”.
¿Por qué este texto tiene tantas preguntas? Porque el mundo que propone Lihue, aunque es el mismo para todos, termina siendo muy personal. La forma en la que cada uno va a interactuar con ese universo va a ser diferente. Hay algunos caminos a seguir, pero el orden en última instancia lo define uno mismo. Los mensajes que vamos a leer a lo largo del juego son exactamente iguales para todos, pero no a todos nos van a impactar de la misma manera. No hay posiciones tajantes. Hay puntos de vista y experiencias. Hay una historia que puede ser la de miles y, al mismo tiempo, es muy puntual.
El último capítulo es Future. Funciona a modo de cierre. En realidad es una reafirmación de la identidad. Como espectadores, acompañamos a la protagonista en ese camino. Y no llegamos al final, porque para ella tampoco lo es. Lo que acabamos de ver es solamente otra forma de empezar.
por Ayelén Zabaleta