Hace un tiempo atrás, dando vueltas por YouTube, encontré una serie de videos llamados “El argentino nace donde quiere”. En esta se mostraba a una buena cantidad de personas que, habiendo nacido en otros países, “vivían como argentinos” adoptando nuestras variadas costumbres. Estas iban desde tomar mate en una plaza, a preparar un Fernet en una playa de Japón, pasando por algún niño colombiano al que sus padres filmaron diciendo que él quería ser argentino y no de Colombia.
La premisa de estos videos me encantó, y quedé aún más fascinado al ver que algunas de estas personas nunca habían pisado nuestro país. Sin embargo, no podía dejar de pensar en que eran mucho más argentinos que algunos argentinos que conozco.
Unas semanas después, se hizo viral un posteo en X (ex-Twitter) donde un usuario se preguntaba cuándo saldrían “verdaderos” videojuegos nacionales, argumentando que en la industria local solo se buscaba crear un GTA o un Assassin´s Creed argentino y que la industria se simplifica a tomar una idea de una gran franquicia y adaptarla a algo nuestro.
Soy alguien que cubre la industria local desde el año 2015, pero que desde el 2020 estoy totalmente sumergido en lo que sucede en nuestro país en cuanto al desarrollo de videojuegos. Creé un medio propio, llamado ExtraGamers, poniendo el foco en todo lo que sucede a nivel local en cuanto al desarrollo de juegos. Eso me permitió conocer una cantidad enorme de proyectos y poder charlar con un número increíble de desarrolladores acerca de sus trabajos. Estando siempre tan cerca de la industria local, no estuve para nada de acuerdo con ese mensaje publicado en X. He visto una enorme cantidad de trabajos con ideas propias e innovadoras que buscaban darle al usuario una experiencia inédita.
El desconocimiento de parte del público general sobre estos proyectos se debe a que estos no manejan el presupuesto de una gran empresa y sus campañas de marketing son muy limitadas. Como resultado de ello, solo conocen de su existencia aquellos que están más sumergidos en la industria local. Pero hay algo de lo que estoy seguro: en la industria nacional de videojuegos hay títulos innovadores y para todos los gustos.
Esa seguridad nace, justamente, de conocer tantos proyectos realizados acá y ser testigo de la calidad con la que se lanzan al mercado los juegos “industria nacional”. Sin embargo, había algo que me daba vueltas en la cabeza y me hacía ruido. Era una pregunta, en teoría, fácil de responder. Pero cuando empecé a hacérmela, no encontré una respuesta sencilla. Por tal razón me veo obligado a tratar de darle forma en este texto. Seguramente no exista una respuesta única y concreta a esta pregunta, pero creo que compartirla con varios lectores ayudará a abordarla desde diferentes perspectivas, y así entender el por qué no hay una sola conclusión.
Desde que me involucré en el mundo del periodismo de videojuegos, siempre estuve interesado en saber qué era lo que sucedía en nuestro país en esta materia. Al ser alguien ajeno a este rubro (nunca había trabajado en un estudio de desarrollo ni nada que tenga que ver con la industria), tuve que ponerme a investigar bastante para descubrir si acá se hacían videojuegos.
Para interiorizarme sobre la industria local, allá por el año 2015, tuve que recorrer varios grupos de Facebook de desarrolladores y algunos foros en Reddit para conocer algunos trabajos que se realizaban en nuestro país de manera independiente. La mayoría de estos programadores no estaban interesados en dar a conocer sus juegos acá y preferían enfocar su marketing buscando público extranjero. Por tal razón, saber si un título era un desarrollo nacional era una tarea bastante tediosa.
Mi asombro fue realmente grande cuando comencé a conocer todo lo que se generaba desde este punto del mundo en una materia tan poco conocida de manera masiva. Así fue como en aquel año realicé mi primera entrevista a Roque Rey y Sebastián Gioseffi, integrantes de la desarrolladora Coffee Powered Machine y desarrolladores de un juego argentino llamado Okhlos (2016).
Ese fue el punto de partida para meterme de lleno en esta industria y realizar una búsqueda constante de estos juegos que, muchas veces, se desarrollan en alguna habitación solitaria de un programador independiente. Obras que se pierden en la inmensidad de productos que día a día se lanzan en Steam.
Mi objetivo era claro: buscar la mayor cantidad de juegos argentinos que existieran y tratar de darles algo de difusión desde mi humilde lugar. Sin embargo, mientras más intensificaba mi búsqueda, más grises aparecían en mi criterio y más amplios se hacían los márgenes que delimitaban mi objetivo. Pasado un tiempo comencé a preguntarme: ¿Cuándo un juego es argentino?
La respuesta más obvia, “cuando es realizado en Argentina”. Simple, ¿no? El problema es que esto dejaba inconclusos e invisibilizados aspectos que fui conociendo a medida que me metía más y más en la industria.
Si un extranjero viviendo en Argentina hace un juego, ¿el juego es argentino? Hace un par de años, en un evento llamado PlayJam, conocí a Carlos Alfonso, quien estaba presentando su trabajo llamado Cold VR (TBC). Este era un maravilloso juego de acción de realidad virtual que te hacía sentir como el mismísimo John Wick. Dentro de esta aventura teníamos que saltar, esquivar balas, matar enemigos con espadas, armas de fuego y todo lo que tengamos a mano. Todo esto en un ambiente completamente frenético que no daba ni un segundo de descanso.
Charlando con Carlos me comentó que él es colombiano y hace un tiempo estaba viviendo en nuestro país. Él se encontraba muy metido en la producción de este proyecto y esperaba lanzarlo en todas las plataformas en unos años. La conversación se fue poniendo cada vez más agradable, y cuando vió el trabajo que hacíamos en mi web, me preguntó si cubría juegos que no eran argentinos.
Esa simple pregunta me llevó a cuestionarme el “cómo” definir un juego para calificarlo como “argentino”. Por más que Carlos haya nacido en otro país, hoy estaba en Argentina y su trabajo lo hacía en Argentina, por lo tanto yo consideraba que su juego era argentino. Era una reflexión simple y completamente subjetiva, planteada desde un punto de vista que yo acomodaba a mi antojo y que me permitía calificar su trabajo dentro de los parámetros que yo quería calificarlo. Cold VR se veía espectacular, y yo quería que sea argentino para cubrirlo y compartirlo en la web.
Pasados unos días, otra idea comenzó a dar vueltas en mi cabeza. ¿Qué pasaría si la situación de Cold VR fuera al revés? Si el juego lo desarrolla un argentino viviendo en el exterior, este título ¿es argentino?
Sol 705, una aventura gráfica point and click lanzada en 2020, fue creada por Patricio Land, una persona conocida en la industria por haber formado parte de las revistas Xtreme PC y Loaded, además de haber sido editor de Nuke1. Este título recibió una nominación para los premios Swiss Games Awards, y el orgullo no pudo ser mayor. Un juego argentino nominado en Suiza y que encima está ambientado en Buenos Aires.
Sin embargo, había un detalle. Patricio se encontraba viviendo en la ciudad de Geneva, Suiza, desde hace un tiempo. Nuevamente, para cubrir ese juego y presentarlo como argentino, acomodé los parámetros de selección a mi conveniencia para presentarlo como tal y compartir que un juego nacional había triunfado en el exterior. Su creador se encontraba viviendo fuera del país, pero eso no le quitaba lo argentino que había en él. El juego seguía siendo argentino y con nominación internacional.
Algo similar me sucedió con otro título, un juego que mezcla la lucha de monstruos con puzzles llamado MonstaBox (TBC). Este es una creación de Bruno Leni, un argentino oriundo de la provincia de Mendoza, que está radicado en Tokio desde hace más de diez años. Al él se le sumó un programador de Buenos Aires liderando el área de programación del proyecto, llamado Francisco Demartino. Ambos lograron que el juego esté presente en BitSummit en 2023. Este es el festival de juegos independientes más grande de Japón y se celebra en Kyoto cada año.
Otra vez el orgullo argento me inflaba el pecho y consideré que no podía dejar de seleccionar a este desarrollo como argentino. Es verdad que su creador se encontraba del otro lado del mundo, pero ambos integrantes del proyecto son de nuestro país. Al charlar con ellos me di cuenta que a pesar de estar haciendo un juego en otras tierras y para un público distinto, disfrutaban de que un compatriota descubriera su producto. Les producía alegría que otro argentino probara su trabajo realizado en Japón.
En ese momento comencé a notar que el límite no era fijo. Yo lo corría para adaptarlo a lo que más me convenía a la hora de seleccionar a un juego como argentino para clasificarlo dentro de mi web. Era como hacerme trampa a mi mismo. Sin embargo, enseguida me vino otra reflexión: ¿Qué características debe cumplir un juego para ser calificado como argentino? ¿Alcanza con ser hecho en Argentina o hecho por un argentino? ¿De qué sirven esas características si lo que busco es adaptarlas para que el juego entre en lo que yo denomino como juego argentino? Las respuestas que buscaba a estos interrogantes eran más flexibles de lo que pensaba.
A lo largo de este tiempo he tenido el enorme placer de conocer muchísimos desarrollos nacionales. Me ha pasado de manera recurrente el publicar una noticia o video sobre un juego y que se llene de comentarios de los usuarios expresando que no sabían que era argentino, con muchos de ellos habiendo jugado dicho título. El caso más común es Madison (2022), un juego de terror creado por Alexis Di Stefano que logró una popularidad increíble. Se encuentra en todas las plataformas y mucha gente no sabe que es argentino. Obviamente Alexis no puso una bandera celeste y blanca en cada habitación del juego ni lo llenó de referencia con mates y dulce de leche porque no era necesario… ¿O sí?
Uno de mis géneros favoritos son los juegos de terror. Cuando estos están hechos con estética de 32 bits, los disfruto mucho más. En nuestro país tenemos un desarrollador especialista en la materia: su nombre es Tomás Esconjaureguy, y entre varias de sus obras se encuentra Cannibal Abduction (2023).
Este es un slasher bien clásico en el que tendremos que escapar de un asesino enmascarado. La primera vez que lo jugué, iba corriendo feliz mientras escapaba de mi agresor cuando me crucé una pared con una bandera norteamericana colgada en primer plano. Mi primera reacción fue, “¿Qué clase de juego argentino es este?”
Después, una vez terminada la aventura, entendí que la historia de este título tenía un contexto y una localización específicos, y que estos elementos no lo hacían menos argentino. Es más, le ponían un condimento diferente que lo hacía muy disfrutable. Es un juego argentino con una historia norteamericana, de esas que hemos visto por años a través del cine y la televisión, y queda muy bien que sea así.
Tuve la posibilidad de entrevistar a este desarrollador, quien se considera un fanático del género. Tomás sabe muy bien cómo crear una buena historia y mantener al jugador entretenido durante toda la aventura. Los años que pasó frente a una pantalla viendo slashers, le dieron la capacidad necesaria para crear un gran juego, atrapante, terrorífico y que se desarrolla en otro país. Todo esto lo convierte en un gran título con el sello de la industria nacional.
En mi mente tenía el preconcepto de que si un proyecto era argentino, tenía que demostrarlo con orgullo y vehemencia en cada momento. Durante años pensé que si su creador era de acá, tenía que contar historias de acá. Es verdad que tenemos un pasado muy rico lleno momentos históricos dignos de ser recreados en algún juego para disfrutarlos con un joystick en la mano. Y en aquel momento pensaba que hacer otros tipos de juegos le quitaría a la industria la posibilidad de darse a conocer con una identidad bien marcada. Pero pasado un tiempo me di cuenta que había desarrolladores argentinos que querían contar otras historias, quizás inspiradas en leyendas o mitos que no eran de nuestro país, y eso no invalidaba su trabajo, no le quitaba el sello de “desarrollo nacional” (sello ficticio, ya que ningún juego tiene un marca que diga donde se hizo o en que país se realizó esa producción).
El título Mothmen 1966 (2022) de la desarrolladora LCB Games cuenta la historia de un joven obsesionado con la guerra civil estadounidense, ubicado en una ciudad al norte de ese país. Es un juego espectacular, con una estética de home computer hermosa, que recibió críticas increíbles de medios como IGN Estados Unidos y Eurogamer. Estos destacaban lo bien contada que estaba su historia y resaltaban el detalle de que fue realizado en Argentina. El título demostraba que acá se pueden hacer juegos de todo tipo de género e historia y con resultados maravillosos. Algo que se viene haciendo hace muchos años, pero que a mí me sirvió para derribar esos límites que yo mismo me ponía.
Hoy en día existen algunos desarrollos argentinos que están logrando una masividad antes impensada. Inclusive los grandes medios de comunicación de nivel nacional hacen ecos de algunos juegos. La gran mayoría de ellos llaman la atención porque muestran algo nuestro. Ya sea a nivel cultural o enfocados en nuestra historia, estos títulos ponen el foco en “lo argentino” para el disfrute del jugador.
Con mates, leyendas y personajes históricos, estos trabajos han captado la atención de una buena parte del público local que parece querer que exista una porción de juegos que sean reconocibles por nosotros. Ya sea por sus paisajes, escenarios, localizaciones, historias o personajes, estas iniciativas se viralizan rápidamente demostrando que hay un interés por este tipo de proyectos y que hay una búsqueda de identidad dentro del público argentino que juega videojuegos, como lo hubo en su momento con la música o el cine.
Pomberito (2024) de Lara The Pitbull, Fábulas Porteñas (TBC) de Hypnos Team, Malvinas La Última Carta (TBC) de El Burro Studio, son algunos ejemplos de esto que les estoy describiendo. El primero de esta lista es el único que ya está disponible y se enfoca en una leyenda del norte de nuestro país y de Paraguay. En Pomberito tendremos que tratar de atrapar esta mítica criatura ofreciendo bebidas alcohólicas y cigarrillos. Fábulas Porteñas toca la leyenda de una estación de subte fantasma en la línea H de la Ciudad de Buenos Aires, y en Malvinas La Última Carta seremos un soldado encargado de llevar el último escrito de un camarada a su familia, atravesando toda la guerra.
Recuerdo que los primeros títulos que conocí que se enfocaban en escenarios o historias autóctonas fueron Runa y El Legado Chaikurú (2024) de Fanny Pack Studios, Los Infernales (TBC) de TMO Games y Gaucho Liberación (TBC) de Bacord Games. El primero logró una gran viralización en redes gracias a la incorporación de la “boleadora” como arma para derrotar enemigos; esto llevó a que muchos comentaran que era la primera vez que veían este artilugio en un videojuego. Era increíble que a alguien no se le haya ocurrido antes, siendo un arma tan presente en la historia de latinoamérica.
Por su parte, Los Infernales plantea mostrar la historia del ejército gauchesco del General Güemes en las guerras del norte de nuestro país, y los usuarios respondieron con un interés increíble por conocer más sobre este proyecto. Algo similar sucedió con Gaucho Liberación, juego basado en la vida gauchesca de años atrás, respetando sus costumbres y tradiciones.
Al publicar una nota sobre estos juegos, las visitas al sitio web duplicaban lo habitual, y lo mismo sucedía con los videos. Esto demostraba un deseo de ver algo nuestro hecho videojuego y poder compartirlo con el mundo. Esto me lleva a tomar nuevamente el paralelismo con la música y el cine. Hoy existe “el rock nacional” y “el cine argentino”, pero para llegar a este punto ambas industrias sufrieron un proceso de búsqueda de identidad, de reinventarse un par de veces y de aceptar sus límites y potenciales. Yo creo que a nuestros videojuegos les va a pasar lo mismo.
La industria argentina de videojuegos es aún muy joven. Si bien el primer título comercial, TrucoTron (Ricardo Gayoso y Gustavo Abella), fue lanzado en 1982, aún queda mucho por recorrer. El momento que estamos viviendo es realmente excepcional, lleno de lanzamientos y algunos logrando un alcance internacional nunca antes visto.
El ya mencionado Madison es un ejemplo de ello, logrando que los streamers más importantes del mundo lo jueguen en directo (como El Rubius o Ibai) Hay otros títulos como Per Aspera (2020) de Tlön Industries que logró su comercialización de la mano de uno de los publishers más reconocidos del mundo, como Raw Fury. Lo mismo pasó con Storyteller (2023) de Daniel Benmerguí, que fue lanzado bajo el sello de Annapurna Interactive y es, al momento de escribir estas líneas, el segundo título más descargado de Netflix.
Hay juegos muy prometedores como Tenebris Somnia (TBC) de Saibot Studios y Andres Borghi que firmaron un acuerdo con el editor New Blood Interactive, quien es el publisher predilecto en lo que a juegos de terror se refiere. Además, hay juegos muy nuestros como Conur Life (TBC) que será lanzado por MicroProse, un publisher de reconocimiento internacional, y llevará la jerga y vivencia del conurbano bonaerense a todo el mundo. Así lo han comentado sus creadores en una entrevista que les realicé, en la cual contaron que desde la empresa editora les compartieron el deseo de llevar historias propias de distintas regiones del planeta hacia el público internacional.
Sin embargo, a nivel colectivo, seguimos en el proceso de búsqueda de nuestra identidad, seguimos tratando de encontrar esa característica que le ponga el sello propio a cualquier juego de industria nacional. Como vimos anteriormente, esto no es sencillo de definir y las condiciones son tan flexibles que difícilmente logremos estar todos de acuerdo en una definición sobre lo que es un juego argentino. Porque no hay algo único que nos haga argentinos.
El argentino no es argentino por una sola razón. Lo es por amar este país aunque no haya nacido en él, lo es por elección propia cuando conoce nuestra nación y su cultura, por llevar la argentinidad a cualquier rincón del mundo donde vaya. Son la suma de muchas cosas las que nos hacen argentinos, y estas van variando constantemente. Seguramente no es lo mismo para un porteño que para un salteño o un santacruceño la definición de argentino. En el norte de nuestra Argentina tienen costumbres muy distintas a la de la gran ciudad de Buenos Aires. Nos diferencia el acento, la vestimenta y hasta la gastronomía. Sin embargo, seguimos siendo compatriotas aunque muchas veces no tengamos nada que ver, ni en cómo crecimos ni en cómo vivimos. Y en los juegos, al igual que la vida en general, el argentino nace donde quiere.
Somos nosotros los que muchas veces nos ponemos límites que vamos corriendo para definir algo y los vamos adaptando a lo que nosotros queremos. Nos pasa en la vida en general, como cuando compramos una zapatilla medio número menos y nos convencemos de que en algún momento se va a estirar y nos va a dejar de doler. Si un desarrollador quiere que su obra sea argentina, por más que no haya sido realizada en Argentina o hecha por argentinos ¿Está mal que así sea?
Claramente por una cuestión de industria y de conocimiento de estadísticas, es bueno saber cuáles juegos se hacen acá y tienen mano de obra nacional. Pero el ponerme a cubrir la industria local y haber conocido tantos proyectos y tan variados en cuanto a su forma de creación y producción, me llevó a preguntarme: ¿Quién soy yo para calificar o limitar a un juego como argentino o no argentino? ¿Por qué tengo que encasillarlos de esa manera? Y principalmente: ¿Qué me hace más argentino que el resto?
Claramente nada, y por eso dejé de buscar una respuesta hace rato a estos cuestionamientos. Y ahora ya no lo pienso, solo lo disfruto.
1Todas ellas fueron revistas que hablaban de videojuegos, cine y televisión y marcaron una época en el periodismo gamer local. Por supuesto, todo esto fue antes de que tuviéramos un acceso tan sencillo a la información como lo tenemos hoy en día; el trabajo de esas publicaciones tiene un enorme valor en cuanto a calidad periodística se refiere.
por David Palacio