Aviso: el siguiente escrito contiene spoilers de Mouthwashing.
El concepto de neurodivergencia puede ser nuevo para muchas personas. Rápidamente lo definimos: Es la condición neurológica que abarca todo aquello que sea diferencial al funcionamiento neurológico normativo (AGS psicólogos de Madrid, 2024). Encontramos un funcionamiento cerebral distinto, dándonos diversidad de habilidades, comportamientos y formas de procesar la información que recibimos. El autismo, la epilepsia, el déficit de atención, la dislexia, entre otras, son condiciones que podemos denominar “neurodivergencias”. Por lo tanto, cuando nos referimos a quienes viven con dichas condiciones, nos referimos a “personas neurodivergentes”.
Para la persona neurodivergente, puede llegar a ser un arduo desafío formar parte activa de la sociedad y encontrar un lugar de pertenencia a través de sus gustos o comportamientos. Estos pueden ser tomados por otros como “exagerados” o “mucha información” al ser presentados con tanta efervescencia.
Vivimos los gustos de forma distinta a quienes podemos denominar “neurotípicos” (quienes neurológicamente son la norma). Experimentamos todo con mucha más pasión, con todo tipo de sentimiento duplicado. Buscamos información sobre el tópico que nos interesa y queremos saberlo absolutamente todo. A veces llegamos a sentir que el rumbo de nuestra vida gira en torno a ese interés especial que adoptamos, y podemos hablar horas o días sin freno alguno sobre eso.
Dentro de esta distinguida vivencia sobre nuestros gustos, logramos observaciones y fijaciones “poco comunes”.
Por ejemplo, la obsesión por una película puede llevarme a saber exactamente en qué minuto ocurre cierta escena o conocer absolutamente todo acerca de la vida de los actores involucrados. Siento que mi vida ahora está determinada por la simple existencia de esa película, y que necesito pensarla o verla todo el día ininterrumpidamente, solo porque me gustó. Me es casi imposible el hecho de centrar mi atención en algo que no sea sobre ese tema específico.
Podría estar en una reunión con mucha gente e ignorar por completo todo lo que se hable. Solo quiero que se converse por horas de ese tema, el cuál ocupa toda mi atención en ese momento de mi vida. No elijo ni quiero ignorar lo que dice el resto, de hecho termino sintiéndome culpable y egoísta por no poder concentrarme en lo que el resto tiene para decir sobre sí mismo. Pero es un factor difícil de cambiar y mi cerebro lo recibe de esa forma; si no es mi interés especial, no tiene lugar en mi cabeza. Podría ejemplificar mucho más, pero imagino que el punto se entiende.
Si bien cada persona tiene sus respectivos gustos, porque el ser neurodivergentes no condiciona que a todos no guste lo mismo, sí encuentro un factor de unión muy curioso: el amor por lo grotesco.
Desde mi experiencia como autista y lo que pude notar con las personas neurodivergentes de mi entorno, hay un vínculo muy fuerte y directo de nuestra parte para con el terror. Terror en todos sus formatos: películas, literatura, videojuegos, cultura general, estilos como el gótico, el horror, lo sobrenatural; todo lo mínimamente relacionado con dicho género. Observándolo desde un lugar más introspectivo y psicológico, podemos encontrar algunas explicaciones.
Ante la sensación de cualquier tipo de amenaza externa, el cerebro despierta muchas alarmas. Todo sistema dentro del cuerpo, al sentirse amenazado, se pone en rápido funcionamiento para dar una respuesta. El sistema endocrino hace que se liberen las hormonas de la adrenalina y el cortisol, mientras que el sistema nervioso se encarga de liberar dopamina. Al encontrarnos con dicho “peligro” (sea real o no), la amígdala se activa mandando una señal de advertencia al hipotálamo. El hipotálamo, que es considerado el centro de acción del cerebro, recibe dicha señal y activa el instinto de huida, lucha o parálisis. De esta forma, el miedo provoca síntomas como el aumento del ritmo cardíaco, la respiración rápida, tensión muscular, sudor e incremento en la presión sanguínea (Fields, 2023).
Sobre esto mismo, podemos encontrar diferencias dependiendo de qué neurodivergencia estemos analizando. Quienes tienen TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) suelen poseer complicaciones con la dopamina, vivenciando así una sensación permanente de desmotivación y falta de estímulo. Debido a esto, buscan estímulos que logren darles lo que carecen; los medios por excelencia para ello son el internet y los videojuegos (debido a los estímulos intensos, repetitivos e inmediatos que causan). Tomemos de ejemplo la aplicación TikTok con su contenido ilimitado de videos cortos y un algoritmo preciso armado según los gustos personales, el cual hace que resulte difícil soltar el celular.
Por el lado del TEA/CEA (Trastorno del Espectro Autista/Condición del Espectro Autista), hay una necesidad imperiosa de tener todo bajo control y querer alcanzar el perfeccionismo. Como persona diagnosticada con Asperger, cuento con gran dificultad para procesar las emociones, no logro comprender cómo se sienten de inmediato. Esto hace que deba frenar a sobre-analizar a través de la lógica y psicología el porqué de mis reacciones.
Contamos con varios síntomas que logran que se de una confusión general entre el autismo y la depresión. Entre estos algunos son la alteración en el aumento de serotonina, disminución de la dopamina, el retraso psicomotor, la pérdida de energía en la mayoría de los días, el sentimiento de inutilidad o culpabilidad excesiva, la disminución en la capacidad para concentrarse o tomar decisiones, la disminución en intereses, emociones o afectos compartidos y varios síntomas que ambos trastornos comparten.
Todos solemos encontrar un punto de expresión o incluso de seguridad en el arte. Sea escuchando música, leyendo, escribiendo o simplemente jugando videojuegos. El arte nos rodea y envuelve en todo momento. Gran parte de las personas usan al arte para salir un poco de su rutina o poder tener momentos de desconexión con la realidad. Pero quienes somos neurodivergentes y nos sentimos interpelados, hacemos del arte nuestra vida y de alguna forma, logramos que nada en ella esté por fuera de lo artístico. En todo momento lo tenemos presente, no como medio de desconexión de lo cotidiano, sino como nuestra cotidianeidad en sí.
“El terror es real. Es físico. Es la realidad que hay que afrontar. La preocupación de que algo terrible suceda. «¿Qué es ese ruido?» «¿Dónde está mi novio?» «¿Dónde está mi bebé?» «¿Por qué tengo este picor?» Estas cosas nos aterran. Y entonces cunde el pánico, el pavor. El terror acecha tras la puerta: el presagio del dolor. Ha formado parte del ocio y el arte desde el amanecer de los tiempos.” (Penner y Schneider, 2012)
Si bien muchos factores pueden despertar el terror dentro de uno, es sumamente interesante cómo esa misma emoción puede desencadenarse de distintas formas en cada quien, haciendo que lo percibamos con emociones desemejantes y con una intensidad muy diferente.
Tomando lo anteriormente explicado sobre el procesamiento neurológico neurodivergente, lo que mayormente nos hace obsesionarnos con el terror y amarlo profundamente es el hecho de que experimentamos eso que sentimos en falta en nuestro cerebro. Para una persona neurotípica, ver una película de terror puede ser un simple rato de sustos. Para nosotros, puede significar ese único momento en la vida en el que realmente nos conectamos con nuestras emociones y comprendemos qué nos está pasando.
Comprendemos qué es lo que debería dar miedo, pero también ahondamos en qué nos está haciendo sentir dicha emoción. ¿Qué más hay detrás de todo eso que se asoma en la superficie? Nos llenamos de adrenalina, nos recorre una cierta curiosidad, una atracción hacia lo desconocido, un sentimiento de desafío al ego si se le quiere decir, pensamos, “¿Podría yo pasar dicha situación mejor que el protagonista?” Nos adentramos en la historia de lleno e independientemente de cuánto miedo pueda causar. El demostrarnos capaces y disfrutar lo que estamos experimentando es lo que logra que aquel miedo se transforme en fascinación y atracción.
Personalmente hablando, el mejor medio artístico para poder experimentar de primera mano el terror y sentir como se funde con uno mismo, son los videojuegos. Desde el Outlast (2013) hasta el Silent Hill (1999). Desde el Phasmophobia (2020) hasta el Amnesia (2010) o incluso el Resident Evil (1996). Tantas historias que nos hacen ponernos en la piel de cada personaje, tomando su realidad como propia, experimentando toda esa adrenalina y nerviosismo que nos invade mientras intentamos lograr nuestro cometido.
En mi experiencia como autista, el terror siempre fue mi lugar de confort. Los videojuegos, la vía de expresión emocional. ¿Qué mejor que ambos mundos cruzándose y conviviendo entre sí?
Podría decir que el terror logra generarme adrenalina, mas no miedo suficiente como para querer huirle. Probablemente un juego de zombies o fantasmas no me genere nada de terror, pero un juego como Mouthwashing (2024) con su grupo de humanos con recursos limitados sobreviviendo entre ellos y con sus demonios internos, causa en mí el más profundo de los miedos. ¿Cómo? En base a la curiosidad. Logra que necesite respuestas, que busque profundamente el porqué de las acciones de cada personaje y estudie cada uno de sus comportamientos de manera detallada.
El sentimiento de no poder abandonar esta historia hasta descubrir todo y que la intriga y el trasfondo macabro me acompañen, invadiendo cada recóndito lugar de mi cabeza, amenazándola con “avanzá bajo tu propio riesgo”, decidiendo seguir sabiendo que puede no ser positivo lo que encuentre, es lo que me ata a la experiencia; lo que me hace disfrutar y sufrir a la vez, aquello que termino amando completamente.
En un principio, el juego te permite controlar a un personaje que muestra tener todo bajo control, con un sentido de liderazgo (auto-impuesto) y que desea hacer lo que haga falta con tal de que su tripulación y él puedan volver a la normalidad una vez salidos de aquel accidente. Con el paso del juego, vamos enterándonos de situaciones (brindadas por flashbacks) las cuales nos hacen replantearnos todo; vemos la noticia que nos da el capitán, de que una vez llegado a destino van a despedir a toda la tripulación; vemos que Anya, la médica tripulante, está embarazada producto de un abuso, y nosotros estuvimos controlando al personaje responsable de esto; y finalmente descubrimos que el choque de la nave no fue accidental, fue nuestra culpa luego de un ataque de ira.
Dentro de mi vivencia, esto lo considero tan horroroso por yo contar con un sentido de justicia extremadamente alto. Al manejar un personaje que rompe con la estructura de todos los valores que tengo, me siento terrible por haber justificado sus acciones por la falta de contexto que tenía en un primer momento. Moutwashing juega con esto, sabiendo que no podés escapar de todo lo que ya se hizo, y que debés asumir la responsabilidad de tus actos.
Si bien las personas neurodivergentes solemos diferenciar completamente la realidad de la ficción, es tanta la inmersión que juegos como este te brindan, que logran causarnos ese llamado “terror psicológico” en demasiada profundidad. Así logran que sintamos cada estímulo como si estuviese pasando a nuestro alrededor en el mismísimo momento que lo reproduce la pantalla. Es horroroso pero nos pone en un estado de reflexión altísimo, que es gran parte de lo que logra que nos atemos a él y termine siendo ejemplo perfecto de esa relación terror-amor.
Otro ejemplo que se me viene a la cabeza es el videojuego de terror indie Murder House, lanzado en el año 2020, el cual toma referencias del subgénero slasher y de títulos como Resident Evil o Alan Wake (2010). Es un juego que se mete en nuestra cabeza, haciéndonos dudar si lo que vemos es real o no. ¿Ese monstruo que nos persigue está tras nosotros o ocurre algo mucho más oscuro?
En Murder House tomás el control de una reportera que, junto con su equipo de trabajo, irrumpen en la casa de Anthony Smith, el “Destripador de Pascua” arrestado y ejecutado 8 años atrás por haber torturado y matado niños. La idea de la reportera es poder grabar un documental acerca de él. Sin embargo, cuando entran al hogar, se encuentran completamente encerrados y sin salida. Comienzan a pasar cosas extrañas que los pondrán a prueba, para ver si son capaces de confiar en su propia cabeza.
Murder House juega con nuestra mente no solo a través de la historia, sino también de su musicalización, de sus visuales, sus diálogos, y mecánicas. Tiene una estética retro con una ambientación tétrica, la cual se adorna con sonidos molestos que suben la intensidad en su tonalidad y de un corte brusco te hunde en un silencio ensordecedor. Utiliza fotografías reales en ciertos momentos y muestra el ritmo cardíaco de tu personaje, haciéndote sentir que cualquier paso puede ser un paso en falso. Las animaciones te llenan de tensión por su lentitud comparada con el movimiento del personaje y como gran detalle, el momento en que el asesino te persigue la cámara se divide en tres: El asesino persiguiéndote, tu personaje corriendo por su vida y el objetivo donde debes llegar para ocultarte.
El juego también ofrece puntos de guardado limitados, poniendo al jugador en una posición de sentirse constantemente “paranoico”. Cada decisión que tomaron los desarrolladores está pensada para que incomode al espectador, para que no se sienta a salvo en ningún momento, para que sus sentidos se vean alerta en cada paso que dé.
La mayoría de (por no decir todas) las personas neurodivergentes que me rodean, comparten conmigo este amor y este fanatismo por el terror, especialmente por los videojuegos. El lograr encontrar ese lugar para nosotros y saber que podemos compartirlo con el otro sintiendo esa misma euforia que el resto, brindándonos así un lugar y grupo de pertenencia, es como encontrar un nuevo hogar y sentir lo cálido de formar parte de una comunidad. Comunidad que sabemos que va a estar ahí en cada nuevo lanzamiento, en cada forma de arte en la cual se manifieste el género. Siempre acompañándonos con su peculiar oscuridad atrapante.
por Esmeralda Palacios